Soy de Vinaròs, una pequeña localidad al norte de Castellón. Durante toda mi vida he vista a esta pequeña ciudad con los mismos ojos, una ciudad simple con casas corrientes, edificios normales. No se me parecía realmente aburrida.
Si la comparaba con otras grandes ciudades, se quedaba corta. Pero si la comparaba con algunos pueblecitos pequeños, tampoco tenía esa esencia enriquecedora de pueblo. Nada fuera de lugar, nada fuera de sí. Me acercaba a la playa, observando de fondo a Peñíscola, en concreto al castillo. Precioso y perfecto para hacer mil y una fotos del atardecen del castillo.
He de decir que al fin y al cabo me acostumbré a ver el castillo, en otras palabas se normalizó para mí. Se me terminaban los lugares que creía que tenían encanto.
El otro día, haciendo un recado por el pueblo, dejé de mirar la calle y empecé a mirar los edificios, las casas. Jamás pensé que lo podría ver tan diferente. 18 años pasando por la misma calle y nunca me había fijado en tantos detalles. Me sentí como si lo viera por primera vez. Realmente fue una experiencia excepcional.
Cuando estoy aquí en Valencia tengo ganas de volver los findes de semana para disfrutar de otras muchas calles con encanto que tiene. No es que sea religiosa, no obstante, me gusta mucho la arquitectura de las ermitas e iglesias; la ermita de la Mare de Déu de la Misericòrdia, a lo alto de la montaña. Desde allí se puede observar toda la costa, diversos pueblos como Vinaròs, Alcanar, Benicarló, Peñíscola, el castillo de Ulldecona, el Delta del Ebro, Cálig, y muchas cosas más.
Caminando por la costa me percaté de la belleza que se puede contemplar de la plaza de toros cerca del mar.